6 DE NOVIEMBRE DE 2012
Eloísa González habla desde su pieza
Molestó a más de alguno con su opción de no prestar el voto el pasado 28 de octubre. Pero no ha sido la primera ni la última vez que alguien se enronche con ella. Una de las más reconocidas voceras de la ACES puede parecer —la mayoría de las veces— políticamente incorrecta, insolente e inmanejable. Sin embargo, Eloísa es la voz y la cara de un iceberg enterrado en el corazón de Chile que representa a una generación que se organiza y plantea un guión político diametralmente opuesto a todo lo conocido. Estos son sus argumentos, sus referentes y su historia.
–En este libro,
Flora Tristán habla de lo colectivo, la comunidad. Me gustan esos temas –dice
antes de meter las 187 páginas en su mochila azul–. El sol entibia un mediodía
de octubre.
“Utopía y
Feminismo: unión obrera”, de Flora Tristán, no es el único texto que relee constantemente.
Sobre su cama queda uno de sus preferidos: “Un libro rojo para Lenin”, del
poeta salvadoreño Roque Dalton.
En su pieza, en una
casa de un piso de la calle Eliecer Parada, en la comuna de Ñuñoa, cabe el
mundo de Eloísa González: sus libros; una antigua máquina de escribir marca
Corona con la que tipea poemas; frases entrecomilladas en la pared en las que
se lee, entre otras letras armadas con plumón, la estrofa de una canción de
Joaquín Sabina. De fondo, Javiera Mena desangra una versión de “Amiga mía” de
Los Prisioneros. Un afiche en blanco y negro de Miguel Enríquez, que dice “Con
Miguel forjemos futuro”, quedó instalado hace años sobre el equipo de música,
que ahora está conectado a su iPhone blanco —regalo de su
papá— en el que se suceden The Smiths, Chavela Vargas, Serrat y Edith Piaf.
—Este es Luchín
—dice presentando a un gran perro que entra a su pieza, un quiltro que se sumó
a la toma del Liceo Amunátegui y que después terminó de regalo, en su casa.
Las imágenes, las
fotografías, los puños en alto, la danza al compás del guanaco y los
napoleones, hacen que cualquiera la vea fuerte e inmanejable. Pero ella, sin
nada de eso enfrente, sentada sobre su plumón rojo, con un cigarrillo Pall Mall
Light en la mano, tomando café con leche; con sus 60 kilos y un 1,67 metros.
Ella y su rebeldía, son más imponentes de lo que se ve en la tele.
SACAR LA VOZ
Eloísa González,
estudiante de tercero medio del Liceo Manuel de Salas, con 18 años recién
cumplidos —el 28 de octubre, el mismo día de las elecciones—, falsa colorina,
una de las voceras de la Asamblea de Estudiantes Secundarios (ACES), con una
familia que mezcla desde derechistas hasta ex integrantes del MIR, comenzó en
la dirigencia estudiantil en Sexto Básico.
Antes de entrar a
Primero Básico se fue del país: entre los 4 y 10 años estudió en una escuela en
Quebec, Canadá. Era un colegio para hijos de inmigrantes. Su mamá, María
Eugenia Domínguez —Phd en Comunicación, periodista y docente de la Universidad
de Chile— se fue una temporada a trabajar a ese país, con ella de la mano.
Es pasado el
mediodía, Luchín entra y sale del dormitorio y Eloísa enciende un segundo
cigarrillo. Suena la canción “Dónde empieza” del rapero chileno Portavoz. Habla
suave, tiene una claridad que no necesita expresar a gritos, cree en cada una
de las cosas que dice —algo que podría parecer obvio, pero no lo es—. Le gusta
observar y leer sobre los movimientos latinoamericanos. “Me gusta la concepción
de mandar obedeciendo de los zapatistas, donde lo principal es lo que dice la
comunidad, las bases. Yo soy la cara, una de las voces del movimiento, pero
represento a mis compañeros”, dice y es imposible soslayar la vez en que el
presidente de la Juventud Demócrata Cristiana le pidió la renuncia, una de las
críticas que se suman a quienes consideran que la organización a la que
pertenece es “intransigente”. Los reproches que ha recibido la ACES han venido
incluso desde el propio Gobierno.
“Hay gente que no
entiende y las autoridades son súper cerradas en el sentido de necesitar siempre
que haya un representante con quien hablar. No entienden un diálogo con una
comunidad que no tiene un líder así como la mayoría habla de líderes, casi
ungidos por Dios. Entonces no entienden que hay toda una asamblea decidiendo;
eso les choca, es un problema profundo de concebir, es un choque de paradigmas,
un problema ideológico”.
Eloísa no solamente
devora noticias y sigue con lupa lo que se dice de los estudiantes en Chile.
También afuera. Habla perfectamente francés e inglés, porque durante el tiempo
en que vivió en Canadá, también viajaba constantemente a Madison, Estados Unidos,
donde por esos años vivía su papá, profesor de Historia. Sus padres se separaron
cuando ella tenía 1 año.
En ese tiempo, no
sabía que marcharía por las calles de Santiago despertando simpatías y ácidas
críticas. Pero sí comenzaba su cercanía con los movimientos sociales. De hecho,
ya de regreso en Chile y en su colegio de Ñuñoa, como dirigente de su curso, se
dio cuenta que se podían tomar decisiones sin necesidad de hacer burocrático el
camino, pero no podía entrar a la ACES antes de Séptimo Básico. “Yo igual iba a
las marchas. Una de las primeras fue el 2006. Quedó la escoba, así que nos
quedamos encerradas en la escuela de Derecho de la Universidad de Chile, pero
los de Cuarto Medio que iban con nosotros nos cuidaban”, cuenta.
Uno de sus cercanos
dice que una de las cosas que más valoran de Eloísa sus compañeros, es que está
siempre “en la misma” que ellos, una de las características más importantes de
la Asamblea. Y eso es en todo nivel. Por ejemplo, “si están en unas marchas y
los apalean a todos, a ella también. La organización es horizontal hasta para
eso”.
NO VOTO
Una de las ofensivas
más polémicas encendidas por la ACES fue la campaña “Yo no presto el voto”. Y
los dardos cayeron en la cara de Eloísa antes, durante y después del 28. Los
trolleos le llovieron. Patricio Fernández, por ejemplo, le escribió en Twitter:
“Los viejos políticos te lo agradecen y ya verán el modo de compensarte”,
mientras otros ciudadanos le recordaron cuánto había costado recuperar la
posibilidad de votar.
Giorgio Jackson también
intercambió un par de tuiteos con ella, donde el ex presidente de la FEUC
argumentaba que la “ausencia, por no estar documentada, no es atribuible a
ninguna explicación. El voto nulo organizado, sí”.
“Hayamos hecho o no a
la campaña, en Chile ya había un fenómeno alto de abstención en las elecciones,
porque la gente no se siente representada por la institucionalidad política
chilena, y nosotros lo único que hicimos fue darle voz a este descontento, a
esta crítica profunda a nuestra institucionalidad”, diría dos días después de
esta entrevista, al finalizar la jornada del 28, marcada por la derrota de la
derecha, pero también por el impacto causado por la alta abstención.
Sin embargo, dos días
antes de la elección, sentada en su pieza, cargando un libro de Roque Dalton en
la mano, ella lo tiene claro: “Después del 28 Chile ya no va a ser el mismo. Y
yo creo que se va a instalar otra lógica en cuanto a construir, entonces los
próximos años veremos cambios más importantes”, dice, al mismo tiempo que recibe
un café caliente de las manos de su mamá.
Hasta ahora, María
Eugenia Domínguez (48) —una de las personas que más escucha la dirigente
secundaria, según cercanos— no había querido hablar con los medios, pese a que
lo primero que siente cuando ve a su hija tan pública no es miedo, sino que
orgullo.
“Cualquiera quisiera
un universo donde los hijos van al colegio tranquilos, estudian, hacen las
tareas, pero su papá y yo lo entendemos. Hay una generación joven que pone
temas que otros no se atrevieron y por supuesto que provoca tensión ver que
ella es la cara, que se personaliza, pero no es algo que se le ocurrió a ella.
Esto no tiene que ver sólo con Eloísa”, dice María Eugenia, de pie, afirmada
sobre un escritorio lleno de lápices y papeles que su hija usa para pintar.
–Pero llaman a no
votar, tú saliste a las calles a marchar por la recuperación de la democracia
también –le digo.
María Eugenia se
queda un rato en silencio, mientras Eloísa la mira atenta sentada en el borde
de la cama. Es una de las críticas frecuentes de quienes marcharon,
protestaron, capearon palos, guanacos, lacrimógenas, la perversión de la
dictadura y que no entienden que existan argumentos políticos para llamar a no
votar. María Eugenia quiebra el silencio con su voz: “Nosotros no peleamos sólo
por votar. Peleamos por una sociedad distinta, donde el mundo no iba a ser a
espaldas nuestras. Yo entiendo el llamado que hace la ACES. Tampoco es válido
el argumento de que si no votas gana la derecha, porque en efecto la derecha ha
gobernado y nuestras vidas son un desastre”.
María Eugenia se
tiene que ir a trabajar. Antes de cerrar la puerta se despide de su hija y le
recuerda que tiene compromisos familiares. Eloísa asiente sin objeciones.
Del iPhone blanco, vuelve a sonar Javiera Mena.
EL FUTURO
Eloísa es uno de los
rostros de la ACES, que se creó como la organización continuadora de la
Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (Feses). En 2001 la Asamblea
salió a la calle a pelear por el pase escolar, en 2003 por la tarifa del
pasaje, en el 2003 por la recién estrenada PSU; el 2006 vinieron la revolución
pingüina y su gran segundo tiempo en 2011. Es considerada una organización más
dura que la Coordinadora Nacional Estudiantes Secundarios (Cones). Sin embargo,
a la izquierda de la ACES, hay más vida: los estudiantes que se denominan
“autónomos”, que no tienen relación con el movimiento de la Universidad de
Chile y que no se articula en coordinadoras.
“Su vocería ha sido
más difícil que la mía”, afirma Alfredo Vielma, ex vocero de la ACES, “principalmente
porque ella es mujer. La prensa ha sido más invasiva con ella, parece que los
medios tienen esa imagen de la mujer sometida y ver a una que se rebele les
sorprende”, dice Alfredo, quien destaca que una de las cualidades de Eloisa es
que tiene toda su vida en orden: aunque repitió tercero medio el año pasado
(por una decisión familiar), nunca ha tenido malas notas.
Daniela López,
presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Central, votó –y
anuló– y en cierto sentido cree que la campaña lanzada por la ACES es
“absolutista”. Aún así entiende la crítica de fondo a la que apunta y su
cuestionamiento al sistema. También destaca la figura de la dirigente
secundaria: “A su edad tiene las cosas súper claras, una vocación de luchadora social
muy potente, y una visión critica al Chile actual que se ha forjado con la
política tradicional y el duopolio. En ella y los secundarios se encarna una
verdadera alternativa y una propuesta para construir otro país”.
Eloísa también está
pensando en su propio futuro. Cuando salga del colegio quiere estudiar Economía
Política (un problema más que una solución porque la carrera no existe en el
país). Es como si Chile no le calzara. No sólo porque está buscando qué poder
estudiar. Su incomodidad con Chile cruza otros ámbitos. ¿Por qué decir, cuando
nadie se lo estaba preguntando, que es lesbiana? “Yo he sido lesbiana desde
chica, pero mi decisión de asumirlo y salir del clóset fue una decisión
política. Independiente que yo represento una asamblea también represento una
generación y cuesta mucho avanzar por todas las imposiciones que tiene este
modelo. Cuesta ser travesti, lesbiana, homosexual, transexual. Igual hubo
familiares míos que no sabían y se sorprendieron. Mi papá y mi mamá, en cambio,
lo han sabido de toda la vida”.
A pesar de que a
veces pudiera parecerse más a un bicho raro en una sociedad que trata de
entenderla, Eloísa no está mirando para afuera. Muy por el contrario, mira el
futuro en Chile, seguir participando en política, en ser parte de las demandas
estudiantiles y quién sabe si en ese Confech que ella considera un organismo
medio muerto. “Es que hay una participación más activa de las bases
universitarias y el Confech no puede acaparar esas bases porque tiene un modelo
federativo… entonces ahí uno empieza a cuestionarse las lógicas de construcción
según los momentos históricos”, dice.
-¿Y los más chicos
piensan igual?
-Tienen una apertura
de mente incluso mayor y esa apertura se ve no sólo en lo sexual o lo moral;
también en el ámbito político. Por ejemplo, a los chiquillos ya les parece
insuficiente el nivel de organizaciones que tenemos y quieren conformar mas
colectivos, más asambleas. Eso es lo que viene. Y tampoco lo están viendo las
autoridades. Las nuevas generaciones ya nos sobrepasan a nosotros mismos.
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